El tiempo en Esperanza
Los hechos y personajes son productos de la ficción. Toda similitud con la realidad son mera coincidencia. (Los autores)
Ni los tensos correos intercambiados con Sebastián al otro lado del mar ni las presiones laborales e la agencia y sudamericana pudieron permanecer un segundo más en su mente cuando distinguió aquella imagen con su carga de memorias adolescentes, de los primeros “asaltos” escolares en la marinera Mar de Ajó.
-Enrique!- había exclamado. Pese a los años transcurridos se vio de súbito calzando un blazer azul con la pollera gris tableada y un manojo de folios y carpetas en una mano mientras con la otra, ajustaba la vincha que ceñía una larga cabellera lacia. Y aunque no podría explicarlo con precisión vio en el cuarentón plantado junto a la reja al mismo errante aventurero chileno, que había cruzado la cordillera y desde la Patagonia había recalado en Mar de Ajó.
Un sismo de burbujeante memorias y sentires la enmudeció por largos segundos hasta que el hombre habló, muy seguro de sí mismo cuando percibió la turbación de Alejandra.
-Si, soy yo, Alejandra.- Volvió a sonreír y agregó:
-No me darías un poco de agua? Este sol me está matando-
_Si claro. . . a ver pasá. . . busco en la heladera-
Solo cuando ya estaba en las galerías junto a la pileta de la quinta, desde donde tantas veces Sebastián había saltado con Ella en brazos para zambullirse bajo la luna, tomó conciencia que estaba sola con un ominoso recuerdo, con un turbulento recuerdo que yacía olvidado en el desván del corazón y ahora se revelaba con inusitada fuerza.
Giró y preguntó como si debiera hacer rellenar un formulario a un empresario contribuyente. -Pero cuando llegaste?, y que hacés por aquí? Ah! Y como me encontraste?
Disparó las preguntas rogando que nada revelara al visitante la piel erizada en los antebrazos, la loca y fugaz felicidad interior que había cauterizado la soledad angustiante en la espera del mail que no llegaba, la nerviosa sonrisa.
Giró nuevamente como si escapara de un animal peligroso que se había colado en el interior ante el descuido de haber olvidado cerrar la reja
-Ya traigo el agua- Y murmuró para sí- Dios mío, que estás haciendo Alejandra.
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Alejandra demoró la preparación de agua fresca agregándole hielo batido y limonada, no tanto por ser atenta como por ganar tiempo para dominarse y volver con una estrategia que lograra ordenar sus pensamientos y sentimientos batallando furiosamente.
Se sentaron en el juego de jardín de la galería desde donde se dominaba una buena vista de la quinta, el jardín y la ruta.
-Bueno a ver contame, que hacés por aquí.
-Negocios Alejandra, tratando de progresar con algo de una industria que represento, y me parecía que podría venderse aquí. . . Pero, estás igual que como te recuerdo cuando estabas ahorita recién salida del colegio en Mar de Ajó, eh! Dejemos los negocios y hablemos de vos
-Bueno de los dos en todo caso. . . como sabías. . . cómo me encontraste. Aquí en Esperanza-
-Bueno, vi en el Facebook que te habías mudado a esta ciudad, y en varias fotos vi ese arco enorme
-Ah claro se llama el Arco de la Colonización. . .
-Eso, y bueno estoy parando en un hotel y salí a correr un poco por esta zona de quintas. Hay un negocio que está a la entrada a la ciudad un bar de paredes amarillas.
-Si si el bar de Copes
-Eso! Bueno le pregunté al tipo por la finca de los Eberhardt y me indicó que era en esta dirección, y cuando vi tan cerca el Arco me dije, es el de las fotos. Por fin en la reja vi la madera donde está grabado “Flía. Eberhardt “. Y aquí estamos.
Alejandra lo escuchaba en silencio, miró los profundos ojos negros como la noche, la abundante y no menos renegrida cabellera negra ceñida con una vincha de tela absorbente. Una ráfaga de sutiles memorias la llevaron a una adolescencia de calles soleadas y misteriosas noches inundadas de mar. Y se vio sentada en la vereda del chalecito de sus padres junto a compañeras de su escuela, en interminables mateadas vespertinas, donde el chilenito encantaba con sus relatos de aventuras mochileras.
La voz de trino la volvió a la realidad.
-Y donde están todos los demás? Digo, en las fotos hay mucha más gente. . . y por aquí no veo a nadie. . . Sonrió ampliamente seguro de haber tocado algo lo suficientemente sensible como para que le abriera el campo del tema de conversación que más lo acercara al presente de Alejandra.
Ale, ya repuesta del balde de agua fría de la sorpresa, cruzó las piernas, distendida y observándolo a los ojos, como quien dice-conque esas tenemos eh? y respondió con una no muy bien disimulada indiferencia.
-Sebastián, mi marido, está de viaje, fuera del país cumpliendo con un contrato de prensa, con el diario donde trabajó mucho tiempo antes de regresar al país. Los niños están de mi tía, la dueña de esta quinta y los melli duermen en el moisés.
-Mmm, casi se podría decir que estamos solos-
Un ligero rubor pareció invadirle las mejillas, pero se recuperó a tiempo, irguió la cerviz actuando con una natural sorpresa.
-Y eso Enrique? ¿Has cruzado la cordillera para conocer mis hábitos y compañías?
Alejandra no hubiera sabido responderse a sí misma si su invectiva –que podía interpretarse en uno u otro sentido- tuvo por finalidad poner límite a la audacia del chileno o inconscientemente cedió al impulso de darle alas, en el peligroso andar por la cornisa de su angustia y soledad.
Peligro que vio hacerse presente cuando Enrique se adelantó sobre el borde del sillón de mimbre, apoyó los antebrazos en los costados como si se dispusiera a lanzarse a una carrera y mirándola fijamente dijo:
-Y si así fuera? Qué?
Alejandra estalló en una sonrisa luminosa, miró a un lado y otro, hasta que volvió a enfrentarle la mirada con el deliberado propósito, ahora, de desalentar toda iniciativa al inesperado visitante.
-Ya te dije que solo tengo limonada para ofrecerte.
Enrique volvió a dejarse caer en el respaldo, y con el ceremonioso gesto de un campeón de ajedrez que reconoce el jaque mate de su victorioso oponente, sonrió en un apagado gesto sin decir palabra.
Luego como si despertara de un sueño intranquilo, comenzó a recordarle los tiempos de Mar de Ajó, y como en aquellos lejanos años, se lanzó a sus relatos de viajes y aventuras, misteriosamente mezclados con una mitomanía simpática, inocente. Y le confió de una frustración
Alejandra a su vez le confió sus años en Mar de Ajó, el divorcio, la aparición de Sebastián en su vida, su fugaz interregno en Torrevieja España y su regresó con los melli y su marido nuevamente al país, para radicarse en la quinta de los Eberhardt.
La conversación se fue apagando.
-Debo irme, dijo Enrique como quien da un pésame.
Te acompaño- dijo una Alejandra más segura de sí misma.
Cuando llegó hasta el portón, Enrique se volvió a mirarla.
-Tal vez podamos vernos en otra oportunidad y continuar esta charla-
-No lo creo probable, Enrique. Y espero que entiendas que la próxima vez no habrá limonada y solo tomarás agua en el portón-
-Si, descuida.
Avanzó unos pasos alejándose y se volvió hacia ella.
-Sabés Ale? Debí ser más valiente. Debí quedarme en Mar de Ajó. Jugarme por vos. Pero ya es tarde para todo verdad?
Y sonrió con un encanto que, muy a su pesar, desarmó a Alejandra.
Cuando se hubo alejado, Alejandra sintió algo muy parecido a una suerte de inexplicable culpa. Se dirigió al estudio, sentía rabia porque intuía que no se olvidaría-sin saber exactamente porque- del visitante y de las lejanas estudiantinas de Mar de Ajó.
Encendió la computadora, y al abrir el correo vio un mensaje de Sebastián en la bandeja de entrada.
-Gracias a Dios- se dijo en voz baja.
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From:
Sebastián Angelini
To:
Alejandra Eberhardt
Mi querida Alejandra:
Bien puedo iniciar este mensaje con las palabras que comenzaste el tuyo. Muy a mi pesar debo decir que esperaba otra respuesta. Y sin perjuicio de admitir la sólida lógica que respalda tus conclusiones, debo decir además que esperaba, aunque mas no sea de cumplido, alguna referencia al poema que te escribí. Que escribí con amor, a sabiendas del ardor y deseo de tenerte en mi lecho de este mediterráneo invernal, recordando las noches de las cabañas, cuando el más tibio poema envuelto en una rosa, te arrancaba lágrimas; que, de seguro, no respondían a la lógica de los pies en la tierra. Sino del corazón anclado en la Luna de nuestros sueños.
Y no habré de extenderme mucho más. Como dicen aquí en España: lo bueno, cuando breve, dos veces bueno.
Igual te ama y regresará por ti
Sebastián.
Alejandra acusó el golpe.
Iba a contestar impulsivamente, pero se contuvo y dejó transcurrir unos días. Muy a su pesar la incisiva florentina de Sebastián, hizo que descubriera, que, así como un poeta puede conmover a una mujer y hacerle perder hasta el dominio de sí misma; también era verdad, que tamaño dominio del lenguaje podía hacer de las palabras dardos punzantes de precisión quirúrgica.
Dejó transcurrir un puñado de días. Cuando iba a responder un sábado a la tarde unos bocinazos resonaron junto al portón y reconoció a la camioneta de Rogelio.
Maruca venía como de costumbre con los canastos de huevos de campo y salamines del sótano de Rogelio.
Dante y Josefina corrieron a tomar por asalto los bolsillos de Rogelio cargados como alforjas de caramelos y alfajores.
-Ale querida, pero que hacés m´hjita. Ni se te ocurra hacer nada de cena que venimo’ equipao pa’ dos pandemias-
Alejandra sonrió aliviada de tener con quien distraer un poco sus desgarros interiores. Armaron la cena con la dispendiosa expansión de Maruca que tomó por asalto la cocina y el comedor que conocía muy bien. Mientras tanto relataba lo que Sebastián le contaba en los mail.
Ya en la mesa y acabada la cena agregó, Sebastián está con mucho trabajo allá y se apura lo más que pueda para volver.
Rogelio revolvió sus huesudas y agrietadas manos y sonriendo con complicidad le dijo
-Me dijo que me traería un puñal de Toledo. Y bueno, uno que otro fondillo.
-Su amigo iba a acompañarlo a Madrid. Es domingo hoy, así que a lo mejor está en una corrida de toros-
-Mientras no ande corriendo una ternera gallega-
-Pero Che Maruca, que decís mujer-
-No es bueno que el hombre esté solo-
-A ver si le contamos a la Ale para que la vinimos a visitar-
Maruca se puso seria un momento y después extendió una mano para tomar la de Alejandra.
-Qué pasa con tanto misterio?
-Tenemos algo muy importante que decirte- y tomó con la otra la mano de Rogelio.
_Hemos decidido nombrarte nuestra heredera. De todos nuestros bienes. De esta quinta y el campo. No tenemos hijos. A Rogelio no le quedan ni parientes y los otros sobrinos tienen pa´ empacharse.
-Tía, gracias pero no se que decir. . .
-No precisás decir nada Ale, ya está todo arreglado. Hace un tiempo que estuvimos viendo el asunto con el escribano y el abogao´ de la familia. Y hasta le firmamos todo y le pagamo´ también. Ya se sabe que el abogao´ es un heredero más. Pero todo quedó arreglado.
Un silencio largo y pesado inundó la sala.
Alejandra estaba por decir ir algo cuando Maruca se puso de pie y se dirigió a la cocina diciendo
-Voy a espiar a esos encantos de chicos que tenés-
Rogelio aprovechó el espacio cuando ambos quedaron a solas. Alejandra no había salido de su turbación e interpretó lo que había escuchado como uno de los clásicos arrebatos de Maruca. Pero la firmeza de aquella decisión inconsulta quedó expuesta cuando Rogelio que nunca terciaba en las conversaciones como no fuera para adornar con comentarios del clima o la naturaleza los discursos avasallantes de Maruca.
-Vea mi´hija. Hay me han quedao´ una herramientas, un tractor y otros carros y. . . ta´ todo medio cachufo y avejentao como el dueño. Pero que son cosas que pueden servir. Hoy en el campo todo lo hace gente de afuera. Tan lo que siembra, lo que cosechan lo que alambran. Sebastián es un muchacho que se entiende de papeles y esas cosas. Se aprende a administrar como se aprende todo en la vida. Y pa´ lo que se calcula uno lo que valen dos palmos de tierra en esta zona, con una lonja de soja a cada uno de tu cuarteto, por año, van a tener el lomo afuera el agua por un rato largo.
Alejandra se compadeció de las anchas espaldas encorvadas, de las huesudas y toscas manazas. Observó los llorosos ojos de ternura y alcohol quemados de soles y de la angustia de no haber dejado un vástago en su tierra.
-Sí, tío. Como que no. No sé si lo merezco pero si es su voluntad y tanto piensa en mis hijos, puede quedar en paz.
Se abrazaron en un silencio apenas quebrado por la respiración y el graznido de unas aves de paso.
La cena transcurrió con reposada calma, con los comensales invitados satisfechos de haber hecho la entrega en usufructo de su campo. Se despidieron temprano, como siempre para madrugar al día siguiente y hacer el tambo.
Esa noche luego del silencio que cayó con el último niño dormido, Alejandra meditaba sobre su futuro de propietaria de chacras. Unas sombras chinescas se abrieron paso desde la piel al corazón batiente de deseos reprimidos. Abrió la ducha y la audaz y delicada aproximación del chileno, la sombra verde de la mirada nocturna de >Sebastián comenzaron a abrirse paso en un duelo interior y secreto. En ese cuarto tatuado de porcelanato, se había fundido en la piel de su gigante moreno, se habían bebido con el agua espumosa que les recordaba el oleaje de Mar de Ajó, se había invadido y abrazado a la pasión desbordante de cada celebración, de cada reconciliación. Tenía la imperiosa necesidad de materializar allí su presencia y obturar toda turbación con la visita cordillerana.
Recordó y revivió a Sebastián rendido a sus pies bajo el aluvión de la ducha bebiéndola, lo recordó apoyado en la cerámica y asido a la grifería como un reo de la inquisición, cuando ella se había lanzado de devorarle y regurgitar sus espasmos de respiración.
Y diciéndose a sí misma que no podría ni habría ni persona ni mito alguno que reemplazara esa ceremonia de sus incendios, tomó la esponja exfoliante y la arrebujó en la inyección. Sebastián, ay Seba, ay seba se decía a si misma bajo el diluvio tibio de la ducha, y repetía la llamada al gigante moreno como si de su propia invocación pudiera conjurar la angustia, la ciénaga de dudas y deseos que la corroía.
Una eléctrica sucesión de contracciones y de gemidos y estertores en acaloradas escalas, la hizo transmutar de universo. Y hasta le pareció sentir la espada de Armagedón, corporizada en la esponja embebida.
Ay Seba por Dios. No me dejes, volvé, si si ahora si. . .
La sucesión de un grupo de motociclistas bramando en la curva del Arco, ahogó la exhalación del aullido final.
Arrodillada y tomada de la balustrada de la bañera, mutó en un sollozo de risa nerviosa su alivio. Segura de que no habría encanto de juventud capaz de desplazar el volcán de su madurez, respiró con profundidad.
Ya verán los dos, cabrones!. A cada uno su merecido.
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Sebastián enmudeció cuando extasiado, se contempló en el espejismo de los veinte años que había dejado atrás hacía tanto tiempo.
Juan Manuel guardaba silencio, y apenas se rascó la barba hirsuta, tan castaña clara como la cabellera de su madre. Sebastián recordó las interminables bromas en el ayuntamiento para un trámite de rutina, cuando el gigante moro de ojos verdes debía jurar que el niño rubio y de ojos celestes que llevaba de la mano era su hijo.
Además de los rasgos alemanes de la madre el muchacho que lo enfrentaba le llevaba una cabeza, atildado y formal, pero a la vez austeramente vestido, otro rasgo de la madre y los Zehnder en general.
-Juan Manuel?
-Si soy yo, viejo.
En el abrazo sintió los huesos largos y finos de Clara Zehnder; de aquel lejano diciembre cuando la conoció en la fiesta patronal de la inmaculada concepción.
-Cómo no avisaste que venías-
-Iba a enviarte un mail, o llamarte por TE. Pero en la revista me dijeron que estabas aquí cerca y quise darte la sorpresa. Era para decirte que estoy aquí en Torrevieja. Ahora voy al hotel y después paso con tiempo-
-Pero que hotel, aquí hay lugar, tengo un cuarto de huéspedes-
Con una distancia prudencial, Juan Manuel apartó el gesto de Sebastián.
-tal vez con el tiempo si, viejo. No es el momento creo . . .
-De acuerdo de acuerdo pero pasá, pasa un rato. Tomenos un café. Aquí no hay mates como habrás apreciado. . .
Pasó al apartamento con los modales cautelosos y medidos.
Sebastián no salía de su asombro de ver corporizado allí al Ingeniero en informática y que había despedido en Argentina en una nebulosa de los recuerdos como un adolescente fugaz.
Cuando quiso explicar que los había buscado mientras su madre los escondía, un gesto policial de Juan Manuel lo detuvo.
-No viejo, no hablaré de la vieja ni de la familia hoy. Ya habrá tiempo. No quiero tocar ese tema ahora-
Sebastián asintió con la cabeza, impresionado por la determinación del joven.
Hablaron largamente, ambos de sus correrías profesionales y de negocios. De la España que pese a su retraso con otros países de la Unión Europea era mucho más floreciente que la impredecible Argentina que dejaban atrás.
No podía creer en la solidez, propia de la estructurada personalidad de los Zehnder, de profesional seguridad en sí mismo; conque describía los panoramas económicos europeos comparándolos con los de Latinoamérica. Contempló y escuchó azorado como demolía uno a uno los postulados revolucionarios de la épica setentista, sosteniendo a rajatabla que era hora de volver a los principios del liberalismo como única manera de superar la postración moral del individuo.
Estaba demasiado ocupado en retener y recuperar a ese hijo perdido como para objetar opinión alguna.
Ya distendidos los dos, salieron a caminar. Sebastián ofreció acompañarlo para hacer de paso la caminata nocturna que hacía hasta su hotel. Intercambiaron el número de sus celulares y se despidieron con un abrazo, ahora un tanto más cálido y confiado.
Regresaba en la convicción que había de recuperar el amor y la confianza de su hijo. Se sentía envejecido y cansado, pero regocijado en el beneplácito de reiniciar una etapa diferente, con su familia original.
Deambuló unas cuadras, sonriendo para sus adentros y reconoció encontrarse a pocos metros del Mesón de la Costa, adónde solía recalar con Gus, y donde hubiera traído a Juan Manuel si aceptaba su invitación a cenar.
Ingresó y fue directo a la barra. Aún era temprano y no había demasiada gente. Un camarero le indicó que podía elegir la mesa que quisiera porque no había reservas. Se dirigía hacia una de las cercanas a las ventanas cuando escuchó:
-Dr. Angelini?
Giró la cabeza buscando la voz que sonaba familiar pero que no lograba identificar.
Entonces escuchó a sus espaldas . . .
-Tuve que cruzar un océano para poder tomar una copa contigo-
-¡María José!