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De mar Amar Segunda Parte15-10-2021

Capítulo Tercero

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Los hechos y personajes son productos de la ficción. Toda similitud con la realidad son mera coincidencia. (Los autores)

 

Alejandra regresó cargada de la angustia de Roxi a su hogar. Allí la niñera la impuso de las novedades que Sebastián habría de comunicarle luego. Había debido partir a Santa Fe y no regresaría hasta tarde.

Porque esa misma mañana lo convocaban a una entrevista en comercio exterior. Todavía recorría la red ofreciendo los acaudalados curriculums de Torrevieja. Las entrevistas se agotaban, a menos que decidiera emigrar a centros urbanos de mayor envergadura. El recuerdo de su próspera carrera abandonada en España comenzaba a resultarle un desatino de proporciones.

Abrió la bandeja de entradas y vio un mail de Ariel Ingaramo, su antiguo compañero. 

Y con el correo, la ominosa sombra del fantasma de Clara.

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En esto pensaba cuando traspuso las puertas de la Cámara de Comercio Exterior para asistir a una entrevista en las áreas de capacitación. Era donde Ariel lo había recomendado a través de un contacto político.

“Allí podés presentar tus muy buenas credenciales de profesional del derecho y la trayectoria en periodismo para la enseñanza que aparentemente es lo que allí necesitan”

Era lo vital del mensaje. Ni una sola mención a Clara ni a la relación que habían comenzado cuando partió a España con Alejandra. Pero cuando traspuso las puertas en el edificio de Salta y San Martín, sintió las pulsaciones acelerársele como cuando Alejandra le recorría el vientre.

Esperó ansioso a que la entrevista comenzara. Lo hicieron pasar a lo que parecía una sala de recibidor de las antiguas casonas coloniales.

Entonces la vio. Era una mujer de 50 años aunque aparentaba mucho menos.

Ulrich, Dra. María José Ulrich-

Sebastián le tendió la mano con deferencia y la observó con cuidado. El animal era hermoso. Por un momento de irrefrenable confusión, no pudo contener la cadena de comparaciones.  Alta, más alta que la menuda y movediza de su Ale, con acerados ojos de un azul marino que arrojaba luz a las aceitunadas esferas de Mar de Ajó, el cuerpo, una escultura de Miguel Ángel, envuelto en un vestido de hilo negro, con un escote apenas por encima de las rodillas insinuaba los poderosos muslos de una atleta. La espalda, desnuda por el corte del modelo, se desplazaba bajo la coreografía de unos pasos y ademanes que le recordaban las doncellas de siglo 19, delicadeza que su Ale había dilapidado fregando la casa, cortando el césped y pariendo niños.

-Torrevieja si? Estuve en España pero no en esa zona del Mediterráneo.

-Veo que ha viajado mucho Dra. . .

-O por Dios! Dejemos la Dra. para las formalidades de las recepciones. Me llamará María José, así yo puedo llamarte Sebastián 

-  Como diga, eh como quieras. . . María José.

La Dra. sonrió. Con un ademán indicó al mozo del servicio que sirviera el café sobre una mesita ratona.

Relajadas las tensiones, Ulrich examinó unos papeles que parecían ser su currículum.

-Llegó una recomendación de Congreso. Tenemos amigos allí. Pero lo que nos decidió es tu experiencia europea.

Sebastián que seguía con Ariel y la sombra de Clara tras su oportunidad, mutó hacia nuevos duendes protectores y pensó en su viejo amigo Gus de Torrevieja. Sonrió íntimamente, pensando en su inefable amigo valenciano.

  Se extendieron en una larga charla. María José le contó su largo periplo en embajadas y consulados por países de todos los continentes con los destinos que su padre, de quien heredó, la profesión de relaciones internacionales y la vocación por la diplomacia. Hablaba 4 idiomas y tenía una colección de maestrías de las más dispares universidades.

Cuando llegó el turno de >Sebastián, para hablar de su trayectoria, musitó:

-Bueno tenés mi curriculum y como verás no te llego ni al taco de las sandalias-

Ulrich restó importancia a la observación de su nivel intelectual, con un ademán de quien desecha una oferta y agregó un guiño, un mohín de cumplido que desconcertó Sebastián.

Entonces el gigante moreno se puso de pie y se paseó por la estrecha habitación del despacho de Ulrich, contando más que sus méritos y formación, su novelesca historia de hijo de desaparecidos, buscando despertar en su anfitriona la impresión y el impacto en los ideales izquierdistas. Ideales que podría haber dejado atrás, en sus lejanos años de estudiante universitaria europea y del mayo francés.

La mujer encendió un cigarrillo y lo observaba pasearse con las manos en los bolsillos y retirándolas con algún que otro ademán mientras ella lo escudriñaba minuciosamente. Mientras, ella lo observaba cuidadosamente, Sebastián miraba de reojo, a través de su nerviosa caminata, la piel bronceada de sus antebrazos y las piernas cruzadas parecían cobrar un singular atractivo, muy diferente al campo de nieve de su Ale. Un lunar como el de Marylin Monroe le remataba la colina pronunciada del pómulo izquierdo. 

De repente Ulrich lo interrumpe

-A ver Sebastián, tenés algún compromiso esta noche?

Por un momento Sebastián recordó que había prometido llevar a los niños a tomar helado a la plaza como todos los viernes. Un acto reflejo lo impulso a decir

-No ninguno. ¿Por?

-Lo invito al cóctel en un par de horas. Si bien la recepción específicamente se celebrará esta noche si se queda ya, son las dieciocho, puedo presentarlo al equipo de capacitación y hará su formal ingreso al staff de profesionales en la recepción-

Sebastián sintió la adrenalina de la playa de Mar de Ajó, la ventisca invernal de la mediterránea Torrevieja, vio a Alejandra retozar en las arenas y vio la puerta abierta para escapar del corral campero del clan Eberhardt.

-Si claro, por supuesto-

María José sonrió, se levantó extendiendo sus larguísimas piernas y lo tomó del brazo.

-Comencemos ya entonces-

Y lo condujo a una sala contigua donde un abigarrado ejército de señoritas en traje sastre y hombres jóvenes en mangas de camisa se afanaban, sumergidos en sus computadoras, por terminar con un determinado trabajo.

-A ver chicos, les tengo que presentar al nuevo miembro del equipo-

 

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 Alejandra con las manos encalladas de cortar el césped, doblaba la ropa cuando escuchó el timbre de WhatsApp de su teléfono.

Un audio de Roxi la estremeció

-Ale!! No lo puedo creer. Nos contratan y chau pasantía. Siiii boluda si! Me comunicó recién el Director. No tenía tú TE por eso me pidió que te dijera. Tenemos que firmar el lunes. Ya estamos adentro. Hay una pena!! Voy al área de agencias de sustentabilidad ambiental y vos a economía. Impresionaron tus notas!! Entendés españolita? Impresionaron tus notas y te dan la dirección de la agencia. Subrogando claro pero arrancas con esa experiencia. . . Ay que pena que no vamos juntas, con lo amiga que éramos  .Che dale prométeme que nos seguimos viendo por ahí como sea, sí?-

Terminó de escuchar el audio y sintió iluminarse el crepúsculo como un amanecer redivivo.

Le contestó a las volandas a Roxi y se lanzó a preparar el festejo.

Le envió un mensaje a Sebastián y archivó el celular hasta la noche. Cuando regresaron los chicos de la escuela se dispuso a ordenar la casa. Le dio el pecho a los melli que parecían andar con cólicos.

Limpió la casa y le dio la cena temprano a Dante y Josefina. El cansancio le demolía las articulaciones, los pies le pesaban como grilletes. Pero no desfalleció en el esfuerzo hasta tener la casa ordenada para una velada trascendente.

Se había duchado y había dejado adrede, sin pasarse el secador, consciente del encanto que su cabello mojado producía en el ánimo de su gigante moreno.

Entonces sonó el mensaje en el celular. Un texto breve, híbrido y cortante.

-Vi tu mensaje. Reunión Cámara Comercio Exterior. Contratado. Después te cuento.

Alejandra tuvo la alucinada visión de retroceder en el tiempo. Le pareció leer los mensajes de Madero cuando se ausentaba de súbito sin previo aviso. Como aquel del cumpleaños cuando preparó el turrón de quáker, cuando recibió un llamado diciendo que no vendría y que podía tomar dinero de un cajón para procurarse ella misma un obsequio de cumpleaños.

El fantasmal regreso del pasado la arrojó a la misma desesperanza de aquella noche en la que se deshizo en llanto.

Pero se contuvo y se aferró a los melli, que comenzaban a reclamarla con un llanto apagado.

En tanto la velada en el hall de un hotel cercano a la Cámara de Comercio, donde Sebastián fue el centro de atención, el tiempo transcurría entre copas de champagne y delicados copetines. La Dra. Ulrich se pavoneaba presentando a su presa. Su historia de hijo de desaparecidos, el glamour setentista que parecía enamorar a las alumnas pasantes de la universidad, sus aires de poeta, el exilio y el aura europea.

Avanzada la noche, y cuando el público se retiraba, se sentía exultante, maravillado. Puso la mano en el bolsillo y tropezó con el celular que había dejado apagado. Y allí vio los mensajes de Alejandra.

Se despidió tan rápido como pudo. Y no esperó a María José para no demorar más aún. Tomó la avenida y se dirigió raudamente hacia la ruta de circunvalación que bordeaba el ala oeste de la ciudad para desembocar en la ruta 70. Cruzo los puentes del Salado como una exhalación. La noche se cernía sobre la ruta como una gruta. Se detuvo en la estación de peaje. Y volvió a acelerar. Solo comenzó a aminorar la marcha cuando pasó a la altura del Bar de Copes, donde comenzaba la hilera de casaquintas. Vio una que otra fiesta apagada en los jardines de algunos chalets y detuvo la loca carrera a la altura de la columna de las fotomultas, no muy distante de la casa de Maruca donde la esperaba una ofuscada Alejandra.

Ingresó a la finca y con el saco y el maletín en mano ingresó al dormitorio. Alejandra le lanzó una mirada de aceitunadas llamas de indignación.

 Estaba con los mellizos acurrucada tratando de amortiguar los retortijones de cólicos.

-Hacete cargo de Raúl que yo duermo a Marina hacerme el favor-

 

 

 

 

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Los días subsiguientes, enmarcados en el logro simultáneo de ambos de tener el trabajo que les permitiría echar raíces en la colonia de la pampa, hicieron diluir el entredicho de la tardanza y la demora. El entusiasmo de ambos por sus nuevos ambientes de trabajo, pareció reanudar la magia marítima de las orillas continentales que habían abandonado.

Una tarde Sebastián regresó más temprano de lo común de sus cátedras y meetting de la Cámara. Lo habían felicitado por la gestión con los consulados y se sentía exultante. La propia María José había pedido un aplauso en el auditórium por su exposición sobre las relaciones bilaterales en el mundo hispanoamericano. El título de su discurso que le pidieron imprimir, era; “De mar a mar, algo más que relaciones con el viejo y el nuevo mundo”.

Sebastián se relamía del éxito de su simposio, pensando “si supieran el significado que esconde esa frase sobre el mar”. Solo María José Ulrich atinó a sospechar un doble juego en el lenguaje del poeta, cuya historia conocía de su propia boca, cuando se acercó y le deslizó al oído-Debe haber algo muy importante en la orilla del otro continente para cruzar el Atlántico.

De regreso a la casa del Arco, la niñera le informa que Alejandra llegaría más tarde por un curso en su trabajo.

En la cocina de la casaquinta se afanó en preparar la típica paella, cuidando no caer en la torpeza y olvido de la cabaña de Mar de Ajó; cuando se le había quemado por danzar a la caza de su pichona.

Cuando Alejandra llegó no se percató de su presencia porque Sebastián había estacionado el auto al final de la quinta tras una hilera de arbustivas. Pero Ale distinguió su perfume inmediatamente después que traspuso la puerta de la sala.

Se dirigió al dormitorio a cambiarse el grisáceo uniforme municipal y descalza, se calzó una raída bata y la anudó en la cintura. Los niños como otras tantas veces aprovechando el finde largo, habían sido llevados en excursión a la chacra de Maruca. Los melli, dormían.  Cubrió el moisés con una delgada sábana opaca de un lado para amortiguar la luz y se dirigió a la estancia contigua.

 

En el comedor la mesa tendida, con las copas de colección de Maruca, un centro de mesa coronado de lirios y la humeante fuente de loza rebosando de frutos mar y el arroz pigmentado de azafrán. No pudo menos que paralizarse de estupor. Luego se acercó a la silla y se apoyó para observar la mesa en sus detalles adornada.

Entonces se estremeció con el temblor de un pétalo de rosa, que le resbaló en el cuello recorriéndole la nuca. Ella sonrió complacida, cerró los ojos y se echó hacia atrás hasta aterrizar en su tórax. El, tomándola por la espalda, hundió delicadamente los pulgares a la altura de su vientre por debajo del cordón anudado de la bata y dijo:

-¿Por qué de bata para un evento tan romántico y delicado?-

-Porque debajo de la bata, no hay nada-

 

 

 

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De un tirón corrió el nudo de la prenda y la alzó con sus tenazas de cíclope. Alejandra sintió reverberar el hormigueo candente de otros tiempos. Se lamieron con una obsesión de perversidad. Sebastián la despojó de la bata con un par de enérgicos tirones, volvió a alzarle en vilo como a una almohada de plumas cruzando los antebrazos por debajo las caderas mientras ella le hacía saltar los botones de la camisa. El gigante, riendo como un borracho, la seguía sosteniendo de las caderas, a la altura de su plexo solar girando como una noria. El cabello de ella se agitaba con los giros como una bandera al viento, y apenas encontraba equilibrio para encorvarse desde esa altura y plantarle los labios buscando su boca para apagar la risa loca de él, y ahogar su propia cascada de gemidos. De pronto el hombre arqueó la espalda hacia atrás como un arquero espartano, abrió los brazos en cruz liberando la pelvis y los macizos muslos, que, en caída libre, se partieron atravesados y divididos por una daga de lava, cuando la salvaje penetración le arrancó un aullido animal.

La arrojó sobre la alfombra mullida, Alejandra se rindió a las embestidas del toro de lidia que la horadaba haciendo crujir las articulaciones, incendiándole el cutis con un rojo de amanecer. Sebastián la devoraba con el rayo fálico que parecía azuzarse con los gemidos de su amante como un perro de presa, explorando el territorio de su piel con las frenéticas manos, lagartos de lujuria que reptaban velozmente por cada abismo de deseos. A intervalos regulares, el hombre detenía su ofensiva de falanges para humectarla palmo a palmo como una insaciable gula abriéndose paso con las poderosas aspas de labios, de encías, de dientes embebidos. Rayándole los dorsales con sus arañazos de espasmos, la mujer intentó inútiles y desesperadas defensas para huir del abismo hirviente de placer que parecía arrancarle la respiración y los sentidos.

Alejandra perdió el dominio de sí misma, extravió toda orientación del tiempo y del espacio. El combate se reanudó una y otra vez, hasta que los cuerpos exhaustos se derramaron como manantial de deshielo.

 

 

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Fue la última vez que Alejandra recordaría el fuego mediterráneo y las arenas de Mar de Ajó en mucho tiempo. El encuentro memorable de la paella fue una excepción fagocitada por el tiempo que abandonó los encuentros febriles, con la rutina cotidiana de verse a las volandas y con el apremio de los horarios. La rutina, el hastío, demolieron como la gota de agua que horada la roca, la pasión de antaño.

 En La Municipalidad, Alejandra, asignada a la agencia de economía, había conocido a una compañera con quien hará muy buenas migas: Estefanía. Pronto Alejandra la tomó como su mano derecha. Ambas compartían la exigente rutina de sus días, levantándose a las 5 de la mañana para llegar después del mediodía. Atender los niños que había cuidado la niñera, limpiar la casa, abordar las múltiples tareas escolares y hogareñas. Hermanadas por su realidad de amas de casa, madre y esposa, estrecharon una sólida amistad.

Solían bromear para atenuar sus agobiadas vidas y el desteñido transcurrir de sus matrimonios

-Los maridos son como los seguros. Tenés que atenderlos con la cuotita y tenerla al día. Y cuando los necesitas, siempre hay un pero!

Y reían a carcajadas.

Una buena tarde Sebastián había llegado con el malhumor -cada vez más frecuentes- del estrés de reuniones y viajes interminables.

Ni siquiera tuvo la deferencia de un gesto de cariño, una caricia de cumplido. Sus modales de poeta y juglar enamorado se habían disipado como niebla en la mañana. Alejandra comentó, casi como al descuido:

-Llamo la Dra. Ulrich-

Desde que Sebastián había ingresado a la oficina de relaciones internacionales en el gobierno de Santa Fe, las llamadas de funcionarios y compañeros de trabajo eran una constante adyacente a las rutinas de Alejandra. Su vida en la Municipalidad hacía que combinara la nueva etapa de regreso al país con una nostalgia que navegaba desde las romerías de Torrevieja a los veranos de Mar de Ajó.

Quien?  Ah sí María José

-A mí me llama la Dra. A vos te llamará María José

- Dale pichona, trabajamos juntos. 

Con quién?  Con la Dra., o con María José? 

Sebastián la observó largamente. La humedad otoñal de Esperanza, lluviosa y sombría que contrastaba con la soleada mañana que cruzaron el arco de la colonización, ahondaba los rasgos descuidados, ocultos bajo un delantal cuadrillé. Y no pudo evitar preguntarse adonde había quedado la muchacha que le incendiaba el vientre, que lo lamía como una golosina en las arenas barrosas de Mar de Ajó, o bajo las frazadas de paño en la invernal Torrevieja arrollada por el viento mediterráneo.

-Se viene la fecol pichona

-Tu pichona ah?. Por la voz que escuche parece que te atacó por el lado de palomas veteranas.  “ Halooo, si llamaba para ubicar a Seba. . . Ud. es la mucama? No conchuda soy la mujer. . . bueno hay que ver la historia que vendiste

-No me digas que la trataste asíiii? Venimos negociando la presencia de cuanto empresario en esta crisis de mierda compre un puto stand y justo me venís a espantar al mejor enlace que. . . .

-La verdad que sí, capacidad para todo tipo de enlaces tenía. . . ”Ay si decile que el cóctel del viernes se suspendió para el sábado, donde él ya sabe. . . . y le faltó agregar “che mucama no levantés la perdiz con la jermu, te consigo un curro para limpiar los stand de nuestras promotoras. Me gustaría saber que promueven algunas. . .

-Pero Ale por favor. Son chicas que se ganan un mango. Ponele, habrá una por ahí medio culo roto

-Ah Sí?, ¿cómo la Ulrich? Conocía la capacidad de daño de la política y sus negocios, pero no justamente esa capacidad.

Basta Ale! Interrumpió Sebastián a una Alejandra lidiando con la comida en el horno humeante

Ay no perdón, soy María José, decile que me llame linda, ay un gusto sabés?

Cerró con violencia la puerta del horno. –Ya viví esta historia Sebastián. Así te conocí, huyendo de mi soledad y ahora todo parece repetirse.

-Nada va a repetirse. Podrías venir con nosotros. Tenés capacidad, estás a un tris de terminar tu licenciatura.

Sebastián estaba acercándose y no pudo reconocer ni al gorrión mojado que se acurrucaba en su  costado en la arena, ni a la pantera que le horadaba las vísceras, tanto en el lecho como entre las marejadas de plenilunio. Vio ojeras, pronunciadas, huellas de horas robadas al sueño y la relajación. Su atuendo que no se renovaba, la crispada mueca que demolía la sensualidad de los labios que lo enloquecieron alguna vez.

-No se te ocurra tocarme. Eran las tres de la mañana y no te habías molestado en mandar un puto mensaje. Y no voy a pasearme al pedo por los pasillos de ningún edificio de ferias y congresos meneando el culo, sonriendo a desconocidos, y teniendo el tupé de llamarle a eso trabajo

- Se puede hacer carrera, tenés carisma para tratar a la gente. Además con ese suelducho de la muni, te cagarías de hambre si no fuera. . .

Cuando se dio cuenta, ya lo había dicho.

Tardó cuarenta minutos en levantar el último pedazo de vajilla destrozada, mientras enviaba mensajes a los contactos, tratando de encontrar en casa de qué amiga o pariente del clan de los Eberhardt había ido a enroscar su furia.

Rogó que no fuera de su tía al campo. Había comenzado a llover.

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Alejandra regresó a su rutina municipal. A stefa le bastó su gesto adusto para saber que algo había pasado, pero sabía muy bien que debía esperar a que ella abriera el diálogo para escucharla, tratando con cuidado de no tocar temas que su jefa y amiga consideraba enojosos.

Alejandra abrió, como hacía desde su antiguo trabajo en el banco de Mar de Ajó, el correo en su computadora de trabajo. Allí se sorprendió con el anuncio en la bandeja de entrada de su amiga del alma Catalina:

 

 

Querida Ale, hermana del Alma!

Viste las fotos de la sesión que le hice a Francisco para el Bautismo??  Te las mando adjuntas por acá para que te queden en la compu… Decime si no está precioso!! (mamá babosa jajá)

Estoy esperando tu visita todavía!!

Ponete las pilas Ale y vénganse unos días antes del Bautismo, se toman unas vacaciones con Seba y los chicos y rememoramos viejos tiempos, podrían alquilar las cabañas… esas que vos conoces muy bien jajá

Me gustaría mucho que me acompañaras unos días antes del festejo y compartir con vos esta alegría amiga mía.

Los espero!

P.D.: ahora seguimos la comunicación por WhatsApp jeje

Sorprendida, examinó las fotos, y la discusión con Sebastián de la jornada anterior pasó a un espejismo de recuerdos cuando el origen del correo la transportó al escenario del mar y las cabañas. No sabía explicar cómo ni porqué. Pero el mensaje de su amiga con la explícita invitación, la convenció que todo podría cambiar, renovarse. El mar y la pasión volvían a compartir un mismo oleaje de recuerdos.


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