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De mar Amar Segunda Parte08-10-2021

Capítulo Segundo

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La primera impresión de Sebastián al llegar a la primera colonia agrícola fue el Arco de la Colonización. La imponencia del mismo con las largas hileras de casa quintas, el parque de la capilla, y el camino hacia el sur por donde se iba al dédalo chacras en que se había descompuesto con las sucesivas herencias, los campos originales de los Eberhardt.

La tía Maruca los había recibido con torta alemana para un familión y para delicia de Dante y Josefina, que resignaron las torrejas de acelga y el puré de calabazas, para empastarse de crema y masa casera macerada en horno de leña.

Los niños cayeron rendidos. Y acostaron a Josefina y Dante en lo que sería su dormitorio, un antiguo cuarto de costura donde yacía como un bien mostrenco una antigua máquina de coser, trastos de labranza y un ventanal con blanquísimas cortinas tejidas al crochet en lana cruda.

Sebastián, se sintió más asombrado por la bucólica y campestre naturaleza de la llamada zona del Arco, que lo que podía sentir Alejandra, que se vio abrigada por la inefable tía Maruca, y su familiaridad de trato la vinculó al mundillo familiar, de fiestas gringas y trabajo duro de campo. En su niñez, antes que lo padres partieran a Buenos Aires y de allí a Mar de Ajó, vivía como una aventura ir al campo de la Maruca para la época de las carneadas. Las vacaciones de julio las pasaba en la chacra jugando con los demás niños entre los paraísos, cazando mariposas y ayudando en la cocina a las mujeres mayores.

Por lo que el cambio de ambiente abrupto, con las cargadas horas de avión y el traqueteo del equipaje y los niños, no le fue tan diferente que aquél arribo que solía hacer a Esperanza para reunirse con la toda la fauna de los Eberhardt. Las mujeres durmiendo en enaguas en la casona de Maruca, los hombres pernoctando en los galpones donde solían hacer rodar el vino en torno a un fogón, y Ella con toda la jauría de niños, yendo y viniendo, gozando de la impunidad con que la niñez podía irrumpir en cualquier dormitorio.

Para Sebastián, en cambio, perro vagabundo del asfalto, un universo poblado de ciénagas de soja y casas a la vera de una ruta, sumergidas en arboledas, era de una sobrecogedora naturaleza, pero lo arrojaba extrañado a un desierto que lo despojaba de toda la iniciativa de antaño. La llegada de los mellis, la fallida empresa de echar raíces en España, la inquebrantable voluntad de Alejandra por planear el precipitado regreso, lo situaron en un escenario que no buscó ni imaginó.

El instinto femenino de Alejandra encendió las alarmas. Sebastián, saludó a con cuidada cortesía a Rogelio y Maruca. Rogelio Schuck nunca había escuchado a su esposa presentarse como la Sra. Schuck, sino como la Maruca Eberhardt. Y esta vez no fue la excepción.  Sebastián reconoció de inmediato quien era el cacique de esa tribu del tercer mundo con aires de prosapia suiza.

Alejandra vigilaba el sueño de los niños y en especial de los melli para que no despertaran sobresaltados. Mediar con bebés, niños de brazos, sumados a un marido chinchudo hubiera sido demasiado incluso para la dispendiosa Alejandra. El aire distante de Sebastián, que pese a sus modales de vendedor de biblias, se mostraba más frío que de costumbre, no pasó inadvertido para Maruca, que lejos de ser diplomática comenzó a susurrarle a su sobrina como se controla el padrillo más cimarrón.

Ayudó a Maruca a alistar la cena de bienvenida, mientras Rogelio, con su proverbial paciencia de chacarero manso y cansado, lo agasajó con un vino de esos que el bar de Copes guardaba en un sótano. Los hombres se sentaron en el comedor, que sería el lugar más frecuentado por los Angelini durante su estancia en esa casaquinta, y Sebastián se dispuso a conversar con su anfitrión, a quien juzgó como el burro de carga de la tiránica Maruca.

Pronto descubrió que las cosas no eran tan claroscuro. Y soportó con estoicismo oriental una larga letanía sobre la desgracia de ser del campo en un país como este, el despojo de las retenciones, los impuestos, y el tiempo que nunca acompaña.

Sebastián aprovechó que el hombre levantaba con sus macizas manos la copa para tragar un largo vaso de vino y terció.

-Bueno Don Rogelio, pero ahora llovió bastante, me han dicho-

-Ma!, no llovió pasto!, contestó el hombretón sin mirarlo.

Las mujeres sirvieron la cena. La Maruca que no dejaba de despotricar contra los gobiernos se sentó en la cabecera y repartía la fuente y los platos con chorizos en grasa y lechón frío. En medio del silencio solo quebrado por el entrechocar de las copas y la vajilla, Maruca tomó un trago para aclarar la voz y se dirigió a Sebastián con el tono de un celebrante:

-Vea m’hijo. Yo tengo influencia y conocidos por aquí. De la Ale ya me ocupé y a Usté puedo darle una mano, quiero decir puedo conseguir algo pa’ un tipo fino como usté.

-Yo no soy “fino” señora. Soy culto.

Todos congelaron sus gestos. Alejandra le lanzó una llamarada mirándolo desde la silla donde los ubicaron.  Sebastián miraba con científica atención las vetas de la madera lustrada de la mesa. Don Rogelio, se pasó la servilleta por los bigotes engrasados cuando escuchó la palabra “fino”.

Cuando el aire parecía que iba cortarse con una pestañeo, la tía Maruca lanzó un risotada que espantó los gatos de la cocina.-AAAjajajaja, claro, recién ahora caigo! el doctor no es fino, tiene bulto. AAAjajajaj

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-Podrías haber sido un poco menos parco y más atento a quienes nos reciben con tanta generosidad-

-No quiero deberle nada a tu tía ni a los Eberhardt. Te lo advierto Alejandra.

Alejandra tomó conciencia que había avanzado demasiado en la negociación, que prácticamente había logrado todas las concesiones y vio la genuina desazón de la incertidumbre en el rictus de Sebastián.

Maruca y Rogelio se habían retirado con la promesa de invitarlos a un asado en el campo el domingo. La casa se sumergió en el silencio, apenas interrumpido por el silbido hueco de uno que otro auto circulando por la ruta cercana.

Ella se acercó cuando se quitaba la corbata junto a la antigua cama de hierro. Y lo abrazó desde la espalda, colgándose de sus clavículas. . .

-Seba Seba, todo saldrá bien hombre. Vamos, date la vuelta y devórame como en la playa de Ajó, - le hincó tímidamente los dientes y las uñas en la espalda, le abrió los botones de la camisa con paciencia de monje y arrastró las palmas por el pecho reptando por la madeja de vellos ralos.

Sebastián se rindió al encanto de sus manos y sus labios. Le escuchó decir

-No hay mar afuera, pero hay agua en la pileta.

No terminó decirlo cuando el gigante la había alzado como una servilleta que se levanta del suelo para sacudirla de migas, y corrió con ella sofocando las risas para no despertar los niños ni alertar los perros. Se lanzaron a la piscina cubierta por una membrana lunar que se colaba entre enredaderas caídas de la pérgola de las galerías. Se arrancaron la ropa o lo que quedaba de ellas con la furia de una abstinencia de viaje, la masa líquida les lubricó los miembros que se enredaban como un duelo de serpientes. Finalmente, luego de minutos de tenaces dentelladas, el gigante, como si consumara una venganza ritual, la giró sobre su eje, Alejandra alcanzó a asirse del borde de la piscina, y cuando su amante la partió en dos conciencias y dimensiones, solo alcanzó a interrumpir una vez el chillido de animal herido para exclamar, loca de felicidad y adrenalina por haber traído a su amante al terruño:

- Ay mi Seba, Ay Patria mía aaaah-

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Los días que restaban hasta el domingo, transcurrieron en paseos por la pintoresca colonia que los suizos habían fundado hacía ya más de un siglo y medio. Eran unas vacaciones singulares donde la arena apretada por el oleaje se remplazaba por la gramilla y el césped rastreros. El rumor de las olas y el viento salino, por la brisa hamacando los follajes de los uno y mil verdes de la finca y las quintas vecinas.

La tía Maruca había llegado de compras y se llevó a Dante y Josefina nuevamente para del campo, unos días antes para que los niños pudieran gozar de otras jornadas explorando el dédalo de corrales de animales y cacerías de horneros en los paraisales; y Ale y Seba los trajeran de vuelta el fin de semana. Como siempre, cuando los melli quedaban sumergidos en el silencio provinciano de la siesta o la temprana noche, bastaba acostarlos en el mismo moisés para que reposaron en un ensueño de fábula.

La soledad de la pareja recuperó algo de la magia de Mar de Ajó. Se lanzaban a correrías nocturnas entre ligustrinas y canteros de azucenas, se mixturaban en cada rincón de la casona como si de ello dependiera tomar posesión real del solar.

El domingo, el asado campero de Rogelio a la estaca y las pantagruélicas ensaladas rusas de mayonesa casera de Maruca, impresionaron a Sebastián. En la mesa el clima pareció liberado de la tensión en la velada de días antes. Para la sobremesa los niños continuaron trepándose a los postes de alambrado de los corrales lindantes.

Maruca se puso de pie, pero Alejandra se adelantó a su intención- yo busco el postre Maruca, charlá con el tío y Seba.

-A ver Doctor, cuente un poco como es España hombre-

Sebastián, un poco para conceder a los ruegos de Alejandra y otro por la predisposición más afable de Maruca, se abandonó a una fluida charla con la astuta tía, mientras Rogelio tomaba un trago de la copa de tanto en tanto y mirando a uno y otro a medida que tomaban la palabra.

Cuando Sebastián preguntó, cuidadosamente, como estaba tan segura que el gobierno municipal atendería su reclamo para darle una oportunidad a Alejandra, Ale, que volvía con el postre helado, juzgó oportuna la pregunta de Sebastián, porque la inquietaba ese tipo de compromisos.

-ya sabes tía que quiero ganarme las cosas por mí misma-

-Ya lo sé mi´hijita. Solo quiero que te den una oportunidad, no que te regalen nada. Ningún Eberhardt le anduvo olfateando el trasero a nadie desde que llegaron los abuelos a fundar el pueblo. Pero esos cabrones están calentando las sillas con el traste y llevando buena biyuya, y nos deben muchos favores que jamás se los hemos cobrado.  Le viá contar una historia Dr. . .

Rogelio carraspeó y se arrellanó en la silla como si se dispusiera a disfrutar de un concierto. A Sebastián comenzó a recorrerlo una expectación de dudas y curiosidades sobre la misteriosa colonia del interior.

Maruca apoyó los codos en la maciza madera.

-Cuando se fueron los milicos me acuerdo pal 83, acá en el pueblo había elecciones como en todo el país. Y todo el mundo pensaba que ganaba el peronismo. Entraron a amontonar negros en los colectivos para llevarlos a votar en la interna que tenían. Y de esa trifulca quedó una bolsa de gatos. El caso que cuando llegaron las elecciones, los peronchos llevaron un sargento que cuando se contaron los votos había ganado por unos pocos votos. Los radicales que creían que perdían habían puesto un mocoso de candidato que de pedo había destetado, porque no pensaban ganar. Pero los peronistas que habían perdido la interna y no podían llegar a poner su intendente, andaban más resentidos que solterona vieja, y repartieron las boletas, que en esa época se votaba poniendo la sábana con todos los candidatos, y cortaron la boleta me entiende, repartieron a sus tribus la boleta de presidente y gobernador solo, entonces el sargento perdió muchos votos. Pero igual le había ganado por poco, al pendejo que llevábamos nosotros. Pero Claro! Eran los votos del pueblo. Faltaban contar los de esta zona, colonia Larrechea, el campo de por acá. Y cuando llevaron los votos de acá los peronistas no tenían un puto voto partido al medio. Eran todos nuestros. Y ganó el mocosito nuestro que ni treinta años tenía calculo. Los peronistas por pelearse entre ellos habían perdido la elección. Pero acá fui yo con el finao’ suegrito, que recorrimos chacra por chacra y casa por casa pa’ asegurar los votos de Alfonsín, que fue presidente, y de ahí pa’ abajo todos los candidatos. En esa época, le hablo de 40 años atrás, yo tenía el culo bien parao’. La mujer sabe que no sobrevive sino sabe mostrar la carne mientras la tiene firme Dr., que después se vuelve tarde pa’ todo. Y le juntamos todos los votos de la zona. Así por un poquito nomás pero se ganó. Gracias a que se dio vuelta la elección con los votos de acá. Cada vez que se precisaba algo y se iba a pedir algo se le recordaba a esos cabroncitos de corbata a quien le debían estar en el poder.  Los peronistas se querían matar, me acuerdo como si fuera hoy. Y nosotros que ni soñando pensábamos ganar tuvimos un festejón. Ese mismo año nos casamos y lo invitamos al viejo.

Todo pintaba bien después. . . -Bueno como siempre pasa en este país.

La jovial semblanza de Maruca se tiñó de un gris apagado y Sebastián vio una ligera humedad en los ojos de la mujer gruñona que ahora cubría el recinto campestre con un aura de madraza derramada en las blandas manos y el rostro, cuyo cutis de nieve se conservaba sin mácula. Y la imaginó joven audaz, expansiva y sensual, flameando las faldas por las chacras, enardeciendo las miradas de los puesteros y peones, una leona bebiéndose los campos y la historia que parecía renacer con la democracia recuperada. La vio perseguida por los brazos de Rogelio a la carrera por un mar de espigas. La imaginó bramando su rugido de hembra en celo, retozando con el hombretón en las sábanas de lino fragantes de alcanfor, desgarrando las cubre camas tejidas en lana cruda y vio los rayos de luna perforando el cristal ahumado de los macizos ventanucos de madera rústica, para teñir de harina los cuerpos enredados. La imaginó bramando de calor y deseo en la madrugada. 

Sebastián no salía de su asombro, vio en la pintoresca historia de Maruca algo muy alejado de los sanguinarios telones de su derrotero y del país en los alejados centros urbanos, hirvientes de violencia; chocando con la memoria compartida de esa sesentona jovial y vital que le hablaba como a un hijo. 

 

-Tía Maruca- La mujer se emocionó con la distinción afable- Me permitiría contar su historia en mi novela?

Alejandra cruzó el brazo tras la maciza espalda de su tío Rogelio, y se miraron sonriendo con la complicidad de adolescentes en una rabona.

Probablemente este fue el inicio de una nueva aventura narrativa de los recién llegados, cuando Sebastián vio que el fuego de Alejandra habría de apagarse ya no en la espumosa arena de Ajó o en la azulada playa de La Mata mediterránea, sino en la hierba macerada de la llanura infinita, que ya no buscaría saciarse en la pista de arena llana sino en el amanecer tatuado de arboledas negras y caminos de polvo y barro.

Volvieron a la casaquinta por el largo camino arado de neumáticos traseros de tractor. Rogelio cruzó la 4 x 4 en el frente del portón y Maruca ayudó con los niños a Sebastián mientras Alejandra acarreaba a los melli.

Tan pronto como partieron los tíos y Dante y Josefina se durmieron en el dormitorio contiguo, Alejandra apoyó a Marina junto a Raúl envolviéndolos con la mañanita que Maruca le había tejido a su madre, cuando Ella había nacido, para cuando desayunaba en las frías mañanas de campo en sus visitas de vacaciones.

Las primeras semanas transcurrieron con la tía Maruca haciendo gestiones, Sebastián enviando curriculums a diestra y siniestra.

Alejandra había ingresado al Instituto donde pudo homologar su curso de Gestión Administrativa de Torrevieja. Todos los días se levantaba a las 5, futura rutina que cumpliría en el municipio, para limpiar la casaquinta, cambiar el filtro a la pileta, dejar el listado de compras a la Maruca o la niñera, partir al Instituto, volver a casa, tirar la ropa del uniforme y calzarse las zapas marrones y lavar ,colgar, y doblar la ropa. Solía hasta cortar el césped del terreno interminable de los Eberhardt.

Sebastián a eso de las 7 u 8, se desperezaba y bebía el café que la niñera le preparaba mientras alistaba los niños para la colonia de vacaciones. Luego partía a entrevistas a Santa Fe para volver a la tarde. Rutina que cumpliría en Comercio Exterior.

Una noche llegó más tarde que de costumbre, para sorpresa de Alejandra que ni atinó a preguntar, rendida de cansancio. Sintió ladrar los perros de los vecinos y lo aguardó en el dormitorio donde dormían los mellis junto a sus hermanitos que habían estado especialmente bullangueros por haber regresado antes del campamento de colonia de vacaciones.

Sebastián se acercó luego de estacionar el auto.

Ambos contemplaron el moisés de mimbre.

Sebastián sonrió y apretó la mano de Alejandra.

-Cómo serán de grandes?  No aparentan ser tan parecidos

-Me pregunto cómo harán de grandes cuando entiendan que deben separarse

-A lo mejor no se separan.

-Probé tres veces ponerlos a dormir solos, llevé a Raúl a la cunita y entraron los dos berrear, sin despertarse. Marina aturdía con sus gemidos y a Raúl se le aceleró las pulsaciones que pareció que se ahogaba-

Una brisa nocturna se coló por el ventanal de la cocina. Alejandra corrió a cerrar las ventanas y acomodar almohadones y los trastos de juguetes que Josefina y Dante se empeñaban en esparcir por toda la casa y sus inmediaciones.  La quinta y la casa eran amplias. Cubrían la necesidad de sentirse a gusto. Pero la limpieza y orden de la misma demandaba un trabajo descomunal a Alejandra. 

La pasión comenzaba la lenta pero inexorable comezón de la rutina. Algo que había asomado en algunas noches de la quieta estancia mediterránea, cuando el encierro y la escritura de la novela aún contribuían tanto al mutuo incendio como al hastío en interminables vaivenes volcánicos.

Una noche con los niños ya dormidos Sebastián dejó la computadora y su adicción de escrituras y correcciones de la novela y los apuntes de su profesión, para reptar en puntas de pie hasta el dormitorio buscando sorprender a su pichona.

Para su sorpresa Alejandra se hallaba tendida de espaldas y con Marina y Raúl arrellanados en su regazo.

-Estaba tratando de dormir a  Marina, que parece tener tos y la respiración agitada. La traje a nuestra cama para que se durmiera, pero no hubo forma de callar a Raúl en el moisés así que tuve que traerlo también.

Alejandra vio la espalda de Sebastián desatándose los cordones a tirones sentado en el borde de la cama. –Ya se duermen los dos- dijo, mientras extendía la mano   
por la ancha espalda encorvada.

Como para reconciliarse, ante la inminencia de una larga noche sin intimidad gratificante, agregó:

-Mañana tengo que ir al curso del Instituto. Vos trabajaste mucho amor. . .- Mejor descansamos si?

-Bueno, ya corté el pasto y podé las plantas. No voy a negar que este contacto con la naturaleza me ha traído una experiencia nueva, pero es hora de pensar en que debo encontrarme con lo mío.

Y se tendió de espaldas abandonando a Alejandra al cuidado de los mellizos.

Suspiró entre aliviada y ofuscada. Cuando los melli recuperaron el sueño fue a arropar a Dante y Josefina. Vio a su gigante moreno dormido y se resignó a programar el despertador en el celular dos horas antes de que siquiera él se levantara.

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Las clases en el instituto, garantizaban para las de buen promedio el ingreso como pasantes en el municipio. Y Maruca lo sabía; en el curso Alejandra rápidamente se había destacado. Hasta se había mimetizado con los estilos provincianos de su grupo, sorteando la curiosidad de los varones que observaban con mal disimulado interés a la “europea de Mar de Ajó”.

Pero una compañera de banco le había causado una especial atención y germinó una amistad inmediata, refleja. La inefable Roxi, que se maravillaba con los relatos de Ale, tanto de los atardeceres de Mar de Ajó como los de la festiva Torrevieja.

La risotada de esa mañana, venía con una máscara de humorada

-Las paredes son de ese durlock de mierda, tiembla medio edificio cuando lo hacen. Ricardo no puede concentrarse y prácticamente no tenemos relaciones. Que se yo la última vez. . .

Había una sombra grisácea bajo los párpados de Roxi. Alejandra lo advirtió y no supo bien porqué una vocecita interior le decía que debía ayudarla a sacarse esa espina

-La última vez qué?

-La última vez fue para su cumpleaños, hace meses!

-Cómo hace meses? Me estás jodiendo. . .

-No, te juro!

A medida que el diálogo ahogado se alternaba en turnos de voz, la risita ahogada fue mutando a comentarios lastimeros.

-Ay no se Ale Ale,  No sé con quién dejar la nena. Pagar una niñera sale un ojo de la cara para lo que ganamos. Mi madre la cuida, un rato, pero después tengo que tenerla yo. Y cuando se durmió por ahí ya llegan los más grandes de la escuela.

Un silencio denso tensó la atmósfera de la oficina amplia donde se había hecho un recreo hasta el siguiente módulo.

-Entre los chicos, que cuando es un día feo, juegan adentro, y entre el perro, los chicos, la beba que se despierta, la ropa que hay que lavar. . .

Alejandra distinguió un tono más opacado, y la miró con atención

-Y encima un marido que llega de mal humor, harto y cansado de su trabajo, como si nosotras volviéramos del teatro o de vacaciones, que te requiere y luego estalla de furia porque no puede hacerlo con la gritería de los chicos, los nuestro o los del departamento de al lado, y todo se va a la  mierda . .

La mujer soltó un sollozo que estalló ahogado bajo la palma de la mano.

-Roxi! Exclamó Alejandra- y corrió al otro lado del escritorio a abrazarla. Sintió los temblores y espasmos de un llanto que parecía haberse macerado durante largas semanas, meses

-Y como si no fuese suficiente. . . entonces un día te llega la boleta de la luz, y no sabemos si pagarla o comprar las “zapas” para uno de los más grandes. . .

-Vamos Roxi, ya vas a ver. Dejá el cachimbo y la ropa un día. Como hoy mandá los chicos al jardín o la pileta, se encierran media tarde, y se hacen novios de nuevo. . .

-pero que decís? De que jardín me hablás?, hay un patiecito que de pedo sirve para tender ropa y la única pileta que tengo es la de lavar la ropa.

Alejandra se avergonzó del ejemplo

-O lo hace con otra, o empezó a verme gorda. No sé, dice que así no puede. . .

-Siempre se puede, siempre podemos encontrar la forma

- Ojalá fuera fácil hacerlo como decirlo-

Un timbre rasgó los pasillos del instituto

-Vamos al otro módulo, y de paso armemos algo para el finde. Te venís a la quinta, a casa, con los chicos que jueguen con los míos, y  nos ponemos al día. . .

- En qué pensabas Ale, cuando se vinieron de España?. Mirá lo que es la inflación, este clima asfixiante, de la muni, rogando que se hagan la una o que sea viernes, porqué se volvieron a este país de. . .

-Porque es el nuestro, Roxi.


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