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De mar Amar02-07-2021

Capítulo Noveno

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-La viste- Inquirió Alejandra.

-Tenía que verla, te iba a decir- Musitó Sebastián.

-No, lo dijiste porque pregunté- y arrojó la toalla a un lado mientras comenzaba a vestirse.

Había tanto silencio en el complejo de cabañas que podía escucharse el lejano rumor del mar. Sebastián giró su voluminosa espalda para cercar a Alejandra sentada en el borde de la cama.

Alejandra lo apartó con un ademán de advertencia

-Iba a decírtelo de todos modos, no quiero arruinar estos hermosos momentos.

-O esperaste el hermoso momento hasta saciarte, por las dudas, y después ibas a decírmelo-

Alejandra había girado sobre su eje levantándose enérgicamente de la cama. Semidesnuda aún, con el dedo emergiendo de un puño crispado, el llameante brillo de los ojos aceituna y el cabello enmarañado hasta el cuello y los hombros.

Sebastián había aprendido a conocerla y no buscó un enfrentamiento sino la persuasión. Entonces comenzó un juego de escalonados estadios de pasión y deseo como ninguno de los dos había conocido. Cuando levantó el puño otra vez le tomo la muñeca, con energía pero sabiamente regulada como para no dañarla.

Su enorme tronco se irguió, le tomó la otra muñeca y la arrojó de espaldas nuevamente sobre la cama. Alejandra no se rindió, se sacudió como una culebra que le han dislocado las vértebras y trató de flexionar las piernas hundiéndoles las rodillas para detener su avance, en una incomprensible sensación de deseo incontrolable por sentirse vencida y poseída como un animal, al tiempo que peleaba con una fiereza despiadada por herir en algún punto vulnerable  al gigante que la poseía.

Sebastián comprendió que el fuego que lo quemaba no se apagaría sino inmovilizando a la leona que con una furiosa cascada de miembros le impedía consumar su dominio final. Arrancó liberando por turnos sus manos las fundas de los almohadones, le ató un nudo marinero a las muñecas e hizo lo propio con el otro extremo en los robustos barrales del espaldar.

Sentado sobre su vientre exiguo Alejandra sintió extinguir su posibilidad de siquiera respirar. Entonces con el cordón de su propia bata, le tapó la boca y con varias vueltas de la mandíbula al cuello la amordazó completamente. Luego liberó uno de los brazos y tiró de él hasta que el cuerpecito de su presa quedó de bruces tendido y nuevamente anudó la muñeca al otro barral. Casi no encontró ni motivación ni fuerzas para resistir cuando ataba sus tobillos a los pies de la cama.

Agotado por el esfuerzo brusco y la resistencia felina de su víctima se dejó caer sobre las espaldas de Ella buscando no recargar todo el peso y ambos, permanecieron así por largos segundos, como fieras acosadas resoplando con huellas de saliva en cada bocanada de aire.

Finalmente Sebastián recuperado, observó a su presa boca abajo, inerme, a su merced, y comenzó a lamerla, roturarla como el labriego que abre la piel como la tierra, de fecunda espesura, para sembrar la semilla.

La intensidad fue gradualmente in crescendo, se tomó el tiempo y el trabajo, metódico y dedicado del escultor que labra la piedra, como el músico que traza las notas, pentagrama a pentagrama.

La socavó a conciencia, la recorrió meticulosamente, apagando los últimos nidos de resistencias, la recorrió con esmero y alucinación, como el explorador que se afana por hallar el gran tesoro del Dorado. Una y otra vez la inmovilizó hasta que agotados, liberó a su compañera y se tendieron nuevamente mirando el techo de prolijas barras de madera lustrada.

Vení -dijo él-

Ella obedeció, aun temblando, y se enrolló como una gata domesticada bajo su brazo de cíclope.

-Va a llover-dijo Sebastián.-

-Es lluvia del mar de barro.

Una lágrima tibia humedeció los pómulos de Sebastián, una vergüenza horrible le impedía siquiera mirar a su compañera. Hasta que soltó un lastimero –perdoname Ale-

-Qué decís?

-No sé, enloquecí, perdóname, eso dije-

Alejandra giró sobre la cama hasta estirarse sobre el cuerpo de su amante, y hacerle sentir la calidez de sus pechos, el peso de sus muslos.

-Perdonarte? Qué cosa? Nunca me habías hecho más feliz! Por Dios Seba pensé que iba a perder la razón de tanto placer y felicidad!  Solo decime cuando me lo volverás a hacer así.

Y se levantó calzándose la camisa a cuadros de él. – Café o mate?

Sebastián, desconcertado, se sentó en el borde de la cama, donde ella estaba de pie, la abrazó a la altura de las caderas y hundió la boca y el rostro en el vientre de Alejandra.-Te quiero con locura pichona!- Y no paraba de besarle el vientre.

- Ah bueno!, ¿y adónde fue a parar la bestia que me dio esta palizota de recién? – Y soltó una risita apenas audible. Le acarició largamente la mata de pelo renegrido y luego le levantó la cabeza tirando suavemente de los pelos hacia atrás, para enfrentar las miradas:

-Mate o café?

                                                                         

 

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Clara se alisó el cabello y le cruzó una hebilla como nunca había usado para disimular su apariencia y luego se calzó un turbante a la usanza de moda. Se preguntó cómo sería el aspecto de una empresaria de bienes raíces que desea invertir en Mar de Ajó. Se calzó un trajecito sastre cruzado y se apropió de un maletín. Se maquilló como nunca lo había hecho, se pintó los labios con rouge brillante. En fin, todo el atavío de su amiga de Carlos Paz, que le había acompañado a la costa bonaerense, le facilitó para cambiar su apariencia. Luego se calzó unos anteojos amplísimos. Y cuando finalizó se miró al espejo. Se convenció de que hasta sus más íntimas relaciones o hasta sus propios hijos podrían desconocerla. – Un típico atavío burgués, dirías, ¿no Sebastián Angelini?-

Pensó que bien podría haberle mostrado fotografías suyas, y el plan era caerle a la enconada rival con el expreso propósito de no revelar su identidad hasta el final de la entrevista, de modo que el plan causara el efecto deseado. No debía reconocerla de inmediato. Tampoco revelaría que sabía que la empleada por la que preguntaría era la amante de su marido. Su amiga de Carlos Paz no aguantaba la risa. –Ah bueno!,  la maestrita terminó siendo una femme fatal! Quien te ha visto y quién te ve Clara Zehnder.

-Reíte boluda y poneme más nerviosa todavía- respondió Clara.

Confiando en que los nervios no la traicionarían pidió un taxi y se dirigió al Banco. Entró y fue directamente hasta el área de créditos que era donde, luego de semanas de trabajo de investigación, había logrado ubicarla.

-Perdón, la señora Alejandra Eberhard, por favor.

-El motivo de su pedido de entrevista?

-Necesito asesoramiento para un grupo inversor en la zona. La señora Eberhard administra el área de créditos, me dijeron-

-Si claro, aguarde aquí-

Los clientes con esas credenciales solían tener cita previa y conocimiento de la gerencia regional, pero Alejandra no era de estar demasiada apegada a las formas y priorizaba el trabajo eficiente y práctico por encima de las formalidades.

Indicó que le hicieran pasar a su oficina, para una charla más reservada. Había escuchado circular el rumor de fuertes inversiones inmobiliarias en la zona y que el banco se posicionara para su financiamiento sería propicio para una buena nota en su legajo.

-Adelante por favor, - dijo- Soy Alejandra Eberhard. Y ud. . . .sonó el teléfono. -Para vos Ale, de gerencia regional-

-Me disculpa un momento?

Clara asintió con la cabeza.

La miró a alejarse y no pudo evitar sentirse avejentada frente a aquel cuerpo menudo, ágil, puro nervio y vitalidad. Cuando regresaba apreció su cutis de porcelana, una muñeca de colección. Un animalito hermoso que difícilmente podría olvidar cualquier hombre que la tuviera.

-Discúlpeme señora, pero es un día de llamadas hoy- dijo sonriente – Soy la encargada del área de créditos e inversiones, Alejandra Eberhard. Bienvenida a nuestra sucursal señora . . .

-Clara Zehnder- dijo- Pero podés llamarme Clara, muchacha.

Alejandra sintió el mundo abrirse bajo sus pies. Palideció. No podía ser otra y enmudeció frente a la mujer de trajecito sastre.

Clara comenzó a desgranar como un libreto aprendido las preguntas sobre líneas de financiamiento fingiendo hasta casi indiferencia por su interlocutora. Alejandra la observaba con cautela y esforzándose para parecer absolutamente ignorante de a quien tenía sentada frente a sí.  No creo que deba saber quién soy, no se atrevería, no podría. . .además Ella no era. . .

-Sabés muchachita, no va s a creerlo pero soy docente jubilada. A lo mejor por lo jovata lo imaginaste pero no por mi nueva actividad. Descubrí la aventura de los bienes raíces y el buen dinero que puede hacerse, muchos más que renegando con alumnos malcriados y a burocracia del ministerio jijiji Ay perdóname pero soy de contar la misma historia siempre porque nadie ni se imagina que pude haber sido maestra, desde que era jovencita como vos.

Alejandra respondía a las invectivas con sonrisas y ademanes de cortesía, en la clásica usanza con la que se corteja a clientes.

-Bien Señora, lo que puedo ofrecer . . .

-Ah no ¡Señora!, pero ni que fuese tu mamá, decime Clara y vos mm eras... Alejandra no?

-Si como guste Clara- Sintió como sonaba raro pronunciar su nombre. Se frotó las muñecas como temiendo que su interlocutora adivinara la especial noche que había tenido con su exmarido.

-Verás Alejandra, en Carlos Paz, Mar del Plata –continuaba Clara con su papel aprendido-  los precios se han disparado, por la alta demanda y además las familias o la gente mayor por ahí quiere lugares más familieros, tranquilos, como esta belleza que es Mar de Ajó. Y el grupo que represento, es un grupo nuevo, formado no solo por buscar inversiones más económicas y accesibles a todo público sino para alcanzar un público diferente.- Clara alzaba con un ligero ademán los anteojos que no se había quitado dentro del edificio y observaba a Alejandra con mayor detenimiento.

- Bien -respondió Alejandra que sin razón concluyente, pero con definitiva convicción, vio una trampa en la visita de Clara y continuó como para que la visitante no sospechara ni por asomo que la bancaria la había descubierto.

-Verá Clara el sistema se basa en el financiamiento hipotecado de la propiedad. Los gastos de la escribanía son en principio asumidos por la entidad bancaria y la suscripción del fondo de caución puede hacerlo a través de la agencia inmobiliaria o directamente por los futuros propietarios.

-Si sí; claro solo tendría que fijar cuanto está dispuesto el banco a financiar del total de la propiedad y la tasa anual para que podamos informar a nuestros clientes. - A propósito querida, yo recién llego y estoy en el hotel San Remo, pero vos que sabés más. . . cómo te puedo decir, quisiera una cabaña, un lugar más íntimo, más cálido,. . . puede ser en un barrio que me dijeron Clelia o algo así?. . .

Alejandra sonrió forzadamente (a bueno, tomáme nomás de boluda que ya te tengo más que calada)

-Ay Clara no sabría informarle, puede ir a unas cuadras de aquí a las oficinas de turismo. Hay cabañas y departamentos en todas partes. Pero si se refiere al barrio Villa Clelia, está un poco más alejado, no sé. . .

-Ay querida, nosotras las que estamos un poco más viejitas nos volvemos más loquitas, ando como te diría en plan de amores. . . y de reconciliación que son los mejores ayjijiji, discúlpame. . . pero un lugar más tranquilo me vendría bien, me agarró de sorpresa jijijji

-Cuanto me alegro señora! Nunca es tarde cuando la dicha es buena. Espero que el amor le sea tan propicio como los negocios-

-Gracias linda. Me darías tu teléfono? Así no tengo que llegarme hasta acá por cualquier consulta. . . . . y estamos más comunicadas, no te parece?

-Es política del banco señora prohibir a los empleados suministrar canales de comunicación privados. En los legajos y folletería que lleva están todos los teléfonos de todas la áreas del banco.

- Ay bueno che, decile a la gerencia que no le vengo a robar el marido a ninguna. Ayjijijiji! Digamos mejor dicho, que ya no hace falta jajajajjijij. Chau preciosa.-

-Buenos días y a sus órdenes Señora- Y marcó el “Señora” con el debido acento que le recordaba la edad.

Clara apagó la sonrisa ni bien le dio la espalda. Caminó hasta la puerta y cuando el policía de guardia le tendió la mano para abrírsela, lo apartó con un brusco ademán: -Puedo sola, gracias!

Alejandra volvió a sus tareas haciendo un enorme esfuerzo por permanecer impasible y que no percibieran sus compañeros de trabajo, su tormenta interior. Le había hablado, ok, tienen dos hijos y la menor no es justamente la más previsible en su conducta. Si me separara de José tendríamos que dialogar por los hijos. ¿Qué es una llamada? Aparte pueden mandarse 50 correos a la semana y eso lo saben ellos dos y el google. No, no puede ser mentira, sus escritos, sus poesías, su pasión  para sentirlo tan dentro mío, ¿puede ser que haya tanta capacidad de simulación, de doble vida, de mentira? Pero que estoy pensando? que estúpida que tengo que ser, si a eso vino boluda! A joderte la mañana y la vida, a embarrarte la cancha, aunque igual me vas a escuchar Seba, porque hay algo que no cierra. . . ¡Alejandra!-

-Hey que pasa?-

-Qué te pasa a vos mujer, te hablé dos veces y ni me registraste.- llevale estas dos carpetas a Julio

- si si. Disculpame estoy con dos mil cosas, ya voy.

Y partió al segundo piso con las carpetas y su avergonzada turbación.

Afuera, Clara Zehnder cruzó la calle, tomó un taxi y cuando llegó al departamento de su amiga, arrojó dos billetes grandes al asiento delantero del taxista. –Su vuelto señora,-

-Está bien así- respondió mientras cruzaba la calle y se perdía en las escaleras de ascenso. Casi tropieza dos veces con los tacones prestados y que casi nunca había usado desde su adolescencia. Se sintió ridícula, burlada, agónica, abrió con furia la puerta y fue arrojando a un lado mientras caminaba al dormitorio, el atavío pequeño burgués que tanto hubiese tentado a Sebastián.

Ya en ropa interior, se plantó frente al espejo del baño y comenzó a barrer el rouge y el rubor, todo el maquillaje facilitado por su amiga con frenéticas fricciones de una esponja empapada en jabón de glicerina. Luego arrojó la toalla de manos al piso y gritó como si insultara  a alguien presente:

-Hijo de puta! Hijos de putas los dos! No se cómo pero los voy a hacer mierda a los dos!- Y rompió en un llanto de furia mientras encendía un cigarrillo, sentada sobre el toilette. 

 

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El acto de los organismos de derechos humanos había comenzado con cierto retraso.

 Ariel Ingaramo tendió la mano para estrechar la de Clara. Sintió la delgadez extrema de los dedos amarillos de nicotina

-Compañera bienvenida a nuestra casa.

-Bueno, gracias por la bienvenida.

Ernestina ya está por venir. Se demoró con Juan, fueron a hacer unos mandados para traer comida y bebidas esto es a la canasta y sino tiene un buffet.

Clara observó al hombre entrecano, con la barba ligeramente rala y blanca. La piel del cuello y los pómulos enrojecidos. La voz agrietada y los llameantes ojos oscuros le produjeron un atractivo inmediato que reprimió con una furia interior. El ambiente era una verdadera romería y muy a su pesar recordó las fiestas patronales en honor a la Inmaculada Concepción en el frío y marino diciembre de Torrevieja donde conoció a Sebastián a través de Gustavo. No podía dejar de asociar los muñecos y figuras con la esfigie de militares genocidas, levantadas por los jóvenes de las organizaciones de derechos humanos, con los cabezones y gigantes de las fiestas valencianas, las jaurías de niños persiguiéndolos, y la traca espectacular estallando en el firmamento para honrar a la Inmaculada Concepción. El templo donde se casaría al año siguiente del nacimiento de Juan Manuel. La voz ronca de Ariel la devolvió a la otra orilla del mar en aquel bullicioso tinglado de Mar de Ajo.

-Aquí llegan los tortolitos.- Ernestina venía cargada de bolsos y paquetes. Juan la acompañaba acarreando los encargos de otros amigos para repartirlos.  . . .

El entusiasmo sobre todo juvenil distrajo a Clara y cuando llegaron los abogados de la mega causa, todo el mundo se concentró en sus explicaciones.-

Pero lo más llamativo para Clara fue la movida para el repudio por la presencia de ex militares en la ciudad

Ese verano 2018 en la Costa Atlántica comenzó agitado por el repudio hacia los represores de la última dictadura cívico militar argentina. Para el miércoles siguiente en el bucólico balneario bonaerense de Mar de Ajó se realizaría la manifestación bautizada como “La Costa, libre de genocidas”.

La convocatoria la realizaba la Comisión por la Memoria del Partido de la Costa. Habría intervenciones artísticas, bandas en vivo, malabares, lecturas y serigrafía en la costa de Mar de Ajó ante la presencia de Norberto Bianco, un represor de la última dictadura militar (1976-1983) que habían detectado en las playas de esa localidad desde el sábado pasado.

El intendente Juan Pablo de Jesús, a través de un decreto, realizó un pedido para que se declare “persona no grata” a Bianco y que la Cámara de Casación Penal revoque la autorización del Tribunal Oral Federal 6 a que vacacione en esas playas durante dos meses, desde el 6 de enero. En la misma línea, se expresaron desde el Concejo Deliberante con voto unánime, contra la decisión de los jueces Julio Panelo, Fernando Canero y Jorge Humerto Gettas.

Era tal el entusiasmo de que Clara se vio arrastrada por el mismo. Un joven con un megáfono anunciaba las medidas a tomar para organizar el repudio.

Ariel no paraba de hablarle a Clara de la madre de Sebastián, de su compromiso militante y solidario, la tragedia de la desaparición de su amigo del colegio, y como la democracia recuperada hacía casi 4 décadas aún que tardaba en hacer justicia.

Clara cuya historia no tenía nada que envidiar a la de los que allí exponían hasta aceptó en una primera impresión al Juan el simpático jovencito.

De golpe la sorprendió un gigantesco batir de palmas y un estribillo que sumó a todos en un mismo cántico: “Ole ole, olá olá, adónde vayan los iremos a buscar”

Olvidó Clara las objeciones que haría a Ernestina que pese a su corta edad estaba dispuesta, ante la pasividad del padre por lo que pudo saber, de irse a convivir con su noviecito. Olvidó la amarga entrevista en el Banco con la amante de su exesposo y se alejó del centro del tinglado en los tablones que oficiaban de mesa. Caminó buscando la salida hacia una avenida para fumar un cigarrillo, cuando lo vio. Alto, delgado, con la complexión robusta y la mirada fuerte:

-¡Sebastián!- Exclamó.


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