FM Aarón Castellanos

Fecha: 10-12-2021

Categoria: De mar Amar Segunda Parte

Capítulo Undécimo

Capítulo Undécimo

Los hechos y personajes son productos de la ficción. Toda similitud con la realidad son mera coincidencia. (Los autores)

 

María José se había ubicado en la esquina del vestíbulo a leer unas revistas, cerca de la chimenea, buscando el abrigo del impiadoso invierno mediterráneo. Fue cuando escuchó al conserje decir en voz alta para detener al muchacho que se desplazaba atlético hacia el ascensor:

-Ingeniero Angelini? Su padre dejó un mensaje.

-Si?

-Aparentemente vio su celular apagado y como Ud. no estaba pidió le informáramos que se comunique con él.

-Bien, muchas gracias- Y giró sobre sus pasos-Una cerveza roja, por favor- ordenó.

A María José no le cupo duda de que se trataba del mismísimo hijo de Sebastián, y casi al instante comenzó a tejer la trama de lo que no sabía definir muy bien, si se trataba de una revancha, del puro desahogo de despecho o su inveterada curiosidad.

Se incorporó con elegancia y se dirigió al bar donde el joven se había apoyado.

Juan Manuel exploraba la pantalla de su celular en la barra y la camarera le acercó una cerveza.

-Gracias- dijo con cuidada formalidad.

¿Argentino? ¿Dijo Ud., Angelini?

Juan Manuel observó la mujer a su lado sorprendido. Serio, se impresionó con la estampa señorial de una muy común nobleza sobreviviente europea. Y no pudo dejar de observar una plusvalía de femineidad madura, muy diferente a la volatilidad superficial de sus compañeras de universidad o de esporádicos encuentros.

-Sí, señora. . .

-Dra. Ulrich. María José Ulrich. Podría decir de Atlantic Investiments, pero que le recordará algo si le digo Sudamericana. Inca Sudamericana.

¿Sudamericana? Bueno mi padre. . .

-Exacto tu papá trabaja conmigo.

- Ah claro- Y extendió la mano -Encantado Dra. . . .

-Oh por favor, decime María José.

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Alejandra decidió guardar silencio sobre la decisión de Maruca de nombrarla heredera. No quería que ninguna novedad pateara el tablero del inestable temperamento de su gigante moreno. Una vez más el mar que los separaba, se volvía enemigo, esquivo. La distancia y las asechanzas podrían materializarse en tragedias inevitables.

Volvió a leer el poema y escribió, comenzando y borrando, recomenzando y borrando una y otra vez hasta encontrar la palabra justa.

 Al otro lado del océano, una ventisca invernal empujaría a su moreno a las fondas y la soledad del departamento. A merced de su olvido, de las trampas de españolitas y la abigarrada oleada turística de invierno. 

Sus recuerdos se desbordaron desde la mítica noche de su vestido rojo flameando en el salón, la mirada verde

Entonces escribió trémula de emociones turbias, . . . .

From:

Alejandra Eberhardt

Esperanza Argentina

To:

Sebastián Angelini

Torrevieja Alicante

Querido Sebastián

Pensé mucho antes de escribir esta respuesta… y sabes qué?, tenés razón, no hice mención alguna a tu poema, y aunque he estado presionada por las difíciles circunstancias que se agravan con tu ausencia, creo que sabes muy bien que todo lo que me escribes me llega al corazón. Pero no alcanza con saberlo, no? ¡hay que decírnoslo!, expresarnos lo que sentimos, aunque no sea siempre algo agradable…

He vuelto a leer tu poema antes de contestar este mail, y me reconforta mucho saber que has estado pensando en mí dedicándome estas valiosas líneas que guardaré en la memoria de mi corazón… realmente sabes hacerte presente a través de tu poesía!! Eres admirable corazón!!

Han sucedido muchas cosas, y como diría la tía Maruca, ha corrido mucha agua bajo el puente. Te las contaré personalmente cuando regreses. Y te digo que esas cosas me han demostrado lo importante que es estar presente, cerca, compartir, contener. ¡Sentir al ser amado! 

Tus poemas son hermosos, amarnos es también una poesía interminable, donde el brazo y el beso reemplazan las palabras…

Te extraño

Regresa que te espera

Tu pichona

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Hablaron con cuidada distancia. Cuando creyó que el glamour de su fragancia, su lenguaje envolvente y su encanto maduro comenzaba a agotarse, María José recurrió al otro encanto que rinde a todo hombre. Dinero. Habían conversado de la experiencia pampeana de su padre, de las rutinas de Comercio Exterior. Juan Manuel le confió sus proyectos de software, el deslumbramiento que le producía avanzar sobre un modo en acelerada transformación. Su voluntad empresaria se forjaba mirando el espejo de emprendimientos europeos, asistiendo a los cursos de management y abordando con una voraz curiosidad, la disciplinada carrera de autodidacta. Su navegación en las redes y la consulta pertinaz a libros específicos de economía se habían adherido a sus horas de tiempo libre como una mancha de humedad expandiéndose.

Entonces, María José presionó la dulce llaga que esperaba distinguir para mover la pieza de ajedrez exacta.

-Tengo conocidos, más aún un contacto, en Silicon Valley. Los ojos de Juan Manuel se petrificaron en el perfil de María José que, disimuladamente, observaba una pintura en la pared del hotel, como si sus palabras se hubieran descolgado al azar, como un comentario sobre modas.    

Cuando escuchó la referencia a la Meca de Facebook, Apple y google entre otros enmudeció de asombre y tentación.

De pronto Juan Manuel reparó en un nutrido montón de bultos, cajas y embalajes de los que intuía eran sombreros, pieles y ropa femenina por el etiquetado y la presentación.

-Ah si. Debería decirle a los chicos del hotel que me ayuden a subirlas, pero lo haré yo sola por partes. Hay cosas tan delicadas que. . .

-Si me permite le ayudo a. . .

-Ah pero que amable. Si. Me encantaría así termino rápido. Bueno como verás las mujeres somos complejas cuando salimos de compras.

Juan Manuel cargó los bultos y María José alzó los más pequeños.

La conversación giró en torno a los viajes por California, su paso por Berkeley y Stanford.  Y Juan Manuel, absorto en su relato, apenas reparó que había ingresado a la habitación cargado de envoltorios.

-Oh Juan Manuel! Cuanto te agradezco. Pero vamos, toma asiento y te pasaré esos benditos contactos. Me encantará ayudar al niño de Sebastián- agregó con un mohín de cumplido.

El centro de la habitación, sobria y a media luz destacaba con una mesa de sillas vestidas.

-Cual es tu habitación Juan?

-la 68-

Ah pero estamos en el mismo piso-

María José sirvió vino helado.

-Adoro el chardonay, vos?

-Casi no tomo alcohol-

-Bueno, no tienes que conducir y de aquí a la cama. Por una vez puedes disculparte.

Hablaron de lugares comunes, de cómo coincidían en admirar la arquitectura de Torrevieja. Se embelesaron describiendo cada uno, la propia percepción que les cupo del Mirador de la Torre del Moro, las iglesias, en especial la Arciprestal de la Inmaculada Concepción con sus antiquísimas piedras de la torre, y los audaces proyectos modernos.

La charla derivó en la especial oferta culinaria, en el canto misterioso del mediterráneo, hasta que María José se levantó de golpe, se dirigió a un sofá en el otro extremo de la habitación, y se sentó para hojear un álbum de fotografías.

-Vení- dijo, dando golpecitos con la palma de la mano en el almohadón contiguo del mismo sofá.

-Aquí tengo en privilegiada impresión lo culinario y arquitectónico. Porque son tomas de los restaurantes de la costa.

Juan Manuel se sentó a su lado. La mullida superficie del asiento lo sumergió en un éxtasis de falsa confianza, de aroma a vino y extracto francés.

No supo en que momento sucedió, o comenzó a suceder. Supo que el raso de la solera de su anfitriona no era tan suave como los valles interiores de María José, una planicie de pecas color atardecer sobre el bronceado, los perfectos hombros de escultura.

Se sintió abatido por una turbulenta sensación del epicentro de un sismo, cuando María José le selló lo boca de un zarpazo, no tanto por consumar la fase final del deseo, como por evitar todo prurito de excusa alguna, clausurándole las previsibles palabras de detenerse.

Juan Manuel tenía sobre su longilíneo espinal, ya no, la atildada y rancia alcurnia de una dama lavada. Lo atenazaban los anillos de una anaconda, la respiración de una pantera cebada que lo despojó de los últimos respingos y jirones de ropa.

Giraron sobre la alfombra como siameses, y de pronto Juna Manuel se congeló a las puertas del paraíso.

-No tengo preservativos Sra.-

-Oh bebé, hace años que no menstrúo-

La penetró con furia, y una tenaza de muslos implosionó en sus vísceras.

-Hasta cuando. . . María José. . . que tiempo tenemos

-Hasta que traigan el desayuno. . . AAaaaal . . . amanecer.

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Sebastián y Gus tomaban una copa todos los viernes en alguna de las mesas del Mesón de la Costa. Esta vez, la irreductible decisión de Sebastián, hizo que Gus pidiera los tragos uno tras otro como si el consumo desmesurado podría hacerlo cambiar de opinión.

-Hagamos una cosa Sebastián. Necesito un tipo que me maneje las cosas en Madrid. Yo no quiero irme, no puedo irme de Torrevieja. Las sociales son más importantes que la mismísima profesión. Y te necesito paseando tu encanto por los ámbitos donde el periodismo llega más por ese aura de sobreviviente del holocausto argentino que por el peso del medio al cual trabajas. Nichos de la izquierda desencantada, cultura latinoamericana, glamour latino, en fin, como quieras definirlo. Pero sirve y mucho aquí esa especialidad. Con los kilómetros que aquí haces para pasar de un idioma a otro, allá en tu pampa apenas cambiás de provincia-

Los hielos de las copas fueron el único sonido mientras Sebastián observaba a su amigo. Gus bebió con soltura y paciencia y luego continuó.

-Mirá. Te ofrezco algo similar al cuerpo diplomático de tu país. Un año en Europa y un año en  tu país rotando. Alejandra puede sumarse, se puede combinar con algo de su función en sudamericana -¿sudamericana me dijiste no? - No digo una fusión, no no, nada de mezclar, sino de combinar tareas que los lleve a compartir. . .

-Basta Gus!

El golpe del vaso hizo saltar un cubo de hielo sobre el impecable mantel. El silencio podía hacer oír el murmullo de las almejas en la arena cercana.

-No es tan simple. No todo es realización profesional, fama, dinero, poder. No se cómo mierda explicarte, pero si tan amigo has sido no puedo ocultarte la verdad y he de responderte como el poeta que siempre he sido. El mejor cóctel de champagne y cerezas no se compara con un plato de sopa de Alejandra, la mejor gala de un ballet en los teatros de París no va a compararse con un bolero bailando con mi pichona en la oscuridad, la mejor playa de la costa mediterránea no se compara con nuestros chapuzones en la pileta de Maruca cerca del Arco. No puedo estar lejos de esa mujer, porque es mi piel, mis brazos, mi respiración,

Gus bajó la cabeza. Derrotado.

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  Juan Manuel caminaba plácidamente por la avenida y se dirigió al departamento de su padre con paso resuelto.

Sebastián, que aún lidiaba con la resaca de la larga noche de tragos con Gus, se incorporó para atender con desgano a la puerta.

Ni cuando vio en el umbral la silueta de Juan Manuel, ni cuando lo estrechó en los brazos conmovido por la sorpresa; sufrió tal conmoción como cuando su hijo le relató lo sucedido en la suite de María José.

La conversación arrancó con los lugares comunes de despedida.

Me voy en el próximo vuelo, viejo-

Yo también regreso, pero en unos días. Tal vez podríamos haber viajado juntos-

-No creo viejo. Me voy a Londres, y de allí regreso. Porque en Londres hay un contacto que puede abrirme una puerta en Silicon Valley.

-California? Pero mirá que bueno. . . Y como conseguiste tan buena proyección. Dale pendejo, contame tu hazaña.

-Se lo debo a una dama- dijo sonriéndole cómplice-

-Hijo e´tigre! Tenía que ser.

-Aunque en cierto modo te lo debo a vos también viejo, según como se mire.

¿Perdón?

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Unas semanas después cuando Sebastián volaba sobre el ecuador aún masticaba su hiel por la revancha que María José había pergeñado.

A duras penas había disimulado su perplejidad cuando Juan Manuel le confió en códigos no muy explícitos el abordaje pasional sobre la mujer que podía ser su madre. El aura de Silicon Valley, las proyecciones europeas y la ansiedad por beberse el mundo, brillaban en la mirada de ese hijo. La dureza acerada de los ojos azules de la madre, eran ahora un bálsamo de mar en calma. El arco de las comisuras finas se extendía suavizando los angulosos y duros huesos del rostro.

La aventura nocturna de Juan Manuel fue proyectada en sus propias fantasías, y dado el natural temperamento reservado de su hijo, no pudo más que imaginar el combate en la suite de la pantera danesa.

Por otra parte, la venganza era tan sutil como bella, perfecta como una jugada rusa que termina en jaque mate con dos movimientos. No podía decir nada en el sentido ni de apreciar ni de amonestar a su hijo respecto del lazo elegido, sin exponerse a consecuencias imprevisibles.

Se aferró a la butaca del Boeing, con furia y musitó: -Maldita María José-

Otros discursos zumbaban en sus oídos. Los denuestos sesgados y aterciopelados de Gus, también seguían amenazándolo bajo la incertidumbre de lo que habría de encontrar en Esperanza. En ese punto recordó que aterrizaría en Ezeiza y no tendría tiempo de volver a Mar de Ajó a ver a Erni.

Pero pensó en que unas vacaciones futuras, podrían ser propicias para un acercamiento de las familias cruzadas.

Porque su único interés, su más estimulante aliento, como así también la punzante duda de cómo le aguardaría, eran el torbellino anidado en la quinta del Arco, y la intuición de que un ave negra había sobrevolado el solar de los Eberhardt.

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From

Juan Manuel Angelini

Torrevieja Alicante

To:

Clara Zehnder

Mar de Ajó Argentina

 

Hola Ma. Cómo estás? Mirá, por una circunstancia inesperada no voy a volver a Mar de Ajó este mes como tenía pensado. Mi gira dio resultado y me esperan en Londres. Un contacto para Silicon Valley. Como leés vieja. Ya me veo en California porque hasta me han ofrecido costearme el viaje si acceden a considerar mi proyecto. Y lo más importante es que eso parece ir unido al amor. Y un amor maduro, Ella debe andar por tus años mas o menos. La conocí por el viejo, porque es la jefa y amiga de él en la oficina de Santa Fe. Tenía que decírtelo vieja querida.

Ya te contaré cuando vuelva. Pasaré por >Córdoba y cuando me tome las vacaciones (este viaje fue de trabajo)  me voy a Mar de Ajó a visitarte.

Perdoná lo escueto del mensaje, pero los detalles te los contaré personalmente. De última armamos una teleconferencia.

Saludos a Ariel

Te quiero mucho vieja

 

Clara, que tenía la sempiterna costumbre de revisar los mensajes y el correo una vez a la semana, cuando leyó el mensaje tomó conciencia que su hijo ya estaría a orillas del Támesis. Y cuándo advirtió el intrigante “Ella debe andar por tus años más o menos. . .”; ´perdió el dominio de sí misma, y encendió el cigarrillo que había jurado dejar.

Lo leyó varias veces hasta casi memorizarlo. Ajena a la verdadera y oculta trama del encuentro de Sebastián con su hijo, y la cadena de consecuencias, fumaba nerviosa como viendo hundirse en un naufragio de recelos e impotencia. Ariel Ingaramo que salía del dormitorio para ir a ducharse, alcanzó a escuchar desde el comedor la ahogada protesta entre dientes de Clara:

-Que hijo de puta, cuando no puede hacer él la chanchada, manda al hijo para que se embarre!